India es un país de un voltaje poderoso. Enorme y que te fagocita. Si lo aceptas y te quedas sus sensaciones y vibración no te querrán dejar marchar. Conseguí salir de allí, quizás con un aprobado raspado, pero suficiente para mi en aquel momento. Muchos brillos y destellos en aquel mes que conviví con el espíritu hindú. Muchas personas anónimas que me dieron la medida de su verdad sin pedirme nada a cambio. Otras vidas, otros ritmos. Otras verdades y por supuesto, otras mentiras.

Uno de mis recorridos en coche por India acabo en un centro de peregrinación sagrado para el pueblo hindú, Vivekananda Memorial, Kanniyakumari. Cuando entras con ellos en sus rituales y templos entiendes “India”.
Me quedo con lo que se queda todo el mundo, con los olores, con los sabores, con el frenesí vituperado. Con los ojos huracanados de hindús rompiéndose el alma en cada latido que entrañan sus miradas. Un marea de ojos observándote fueras por donde fueras y que ya jamás pude olvidar.
De esa ‘empresa’ siempre recordaré y quiero compartirlo, un día, de mañana, bordeaba el río en Risikesh, me dirigía a comer algo, un poco revuelto por las emociones de los últimos días. Me topé con una fila, una fila india y decidí seguirla bordeando el río.
Empecé, gradualmente, a sentir una emoción imparable, ingobernable y que literalmente me desbordaba. Decidí acelerar e ir rompiendo lineas en la fila. Me pusé en cabeza y cuando todo parecía romperse llegó el climax de la escenografía: era un cuerpo. Llevaban un cuerpo envuelto en una sabana blanca y en túnicas naranjas y amarillas para disponer su último viaje mundano en el río. Era él. El santón muerto hindú el que provocaba en mí tanta emoción. No lloré pero casi, y al lado mío otra europea se hinchaba a llorar mientras la memorable estampa se convertía en una postal única que pervivirá en mí para toda la vida. La magia de la muerte hecha vida en la India.

Rishikesh, India. Celebrando la muerte
Eso es India. Luz inesperada, templanza infinita. Desapego de la vida que ya has vivido antes de vivirla. Amor. El discurrir en India se torno vertiginoso. Sobrecargado. Saturado de sensaciones mundanas que lo ponían todo a flor de piel. Conseguí salir de allí con un taxista que me depositó en el aeropuerto por los pelos, conduciendo en modo avión de piruetas. Pero me dio lo que le pedí, como casi toda India, y así, al galope, logré salir de allí.