La universidad, un nuevo mundo

A los dieciochos años, cuando toca empezar a tomar decisiones relevantes perdí la fuerza de Marte y como comenté en el apartado de viajes la tela de araña se volvió casi impracticable.

Aún lidiando con esa confusión de confusiones, y metódicamente como todo niño de «bien», en esos colegios a los que sobre todo iban también niños de familias de «bien», inicié mi anillo curricular comenzando mi carrera de Derecho en la Universidad Complutense, carrera que ni siquiera con pinganillo quise terminar, y eso que solo me quedé a falta de dos asignaturas de mi quinto y último curso. El aburrimiento allanado por datos inservibles era cada vez más hondo y tiré, como muchas otras veces, por el camino de lo que me hacía feliz a mí. Y aunque mis padres siempre me dieron toda la libertad del mundo, y eso me ha hecho tal y como soy -libre-, en aquellos momentos, aquella decisión no les pareció lo más conveniente.

Al segundo año de estudiar Derecho en la “Complu”, arranqué la Licenciatura de Periodismo en la Universidad San Pablo Ceu, también de Madrid. Un versión del Colegio ya en territorio universitario que me permitió volver a tomar el pulso a los grupos de clase, los trabajos y las memorizaciones rápidas para acometer los exámenes. Fue entretenido, por momentos divertido. Sobre todo porque en mis clases principalmente solo hubo niños y niñas nacidos en el año setenta y nueve, energía de la Cabra, más sexual, femenina y creativa de todas.

Entretenimiento garantizado pues el mundo particular y diferente de las personalidades Cabra siempre hace que todo pase más rápido.

En esos años hice viajes interesantes: Cuba, Santo Domingo, Praga, etc… Continuaban los pasatiempos inconscientes mientras Rahu, el planeta maléfico que tuve como eje director de las operaciones de mi vida planetaria se iba mezclando con otros subciclos para atenuar progresivamente toda su virulencia.

Recuerdo que en aquellos años, en los que continuaban mis estudios convencionales casi como una prolongación algo más exigente que la escuela, mi foco obsesivo fue volver a sentirme enamorado. Mi primera conexión de amor verdadero fue entre los catorce y los dieciocho años. Beatriz y yo nos amábamos. Después de la ruptura y con Rahu como música de fondo todo lo que había sido de colores se tornó vibración muerta. Tenues grises. Claroscuros a los que era, cuanto menos difícil, encomendarse. Un buen día, ya a punto de terminar ambas carreras me contrataron para un trabajo eventual, en el kilómetro cero de Madrid, como ayudante para vigilar la entrada de la zona VIP. Recuerdo que esa tarde echándome una siesta, tuve la fulgurante sensación de “ya está, me da lo mismo estar enamorado que no estarlo”. Justo esa noche, en ese evento me enamoré de nuevo.

Así funciona la realidad, al menos así ha funcionado siempre la mía, cuando le prestas demasiada atención a algo tu mismo lo bloqueas. Cuando dejas que vuele libre como un pájaro se posa y materializa en frente tuyo sin ningún tipo de esfuerzo.